Presentación de Libros Publicados
Escritos por Ricardo Andreé
ARA 64 Reflexiones ante el altar de Cristo
En 1988, en Basilea, Suiza, tuve la ocasión de compenetrarme con la disciplina sobre los estudios de las religiones, conocida como «religiones comparadas». Este aprendizaje, unido a mis experiencias en el budismo y el taoísmo, me abrieron un ventanal hacia la universalidad y la grandeza de Dios. Con la compenetración en el portento de Cristo, la frontera ha roto sus hilos en forma definitiva; quizás por esta experiencia me ha sido muy difícil aceptar que sea realmente honesto aquel quien conozca esta unidad magistral y continúe a empequeñecer y ocultar la unidad en el Plan de Dios. Si existe un «Plan», existe una mente planificadora y este Plan divino no discrimina a pueblos, razas o estamentos sociales o culturales; por lo tanto, siendo un Plan objetivo, todo aquel que esté en Dios puede conocerlo y discernirlo
Los hechos espirituales que me sacudieron entre los hermanos budistas de «Nicheren Sosshu» y mi búsqueda de obediencia que ha durado once años, me condujeron en 1995, a compenetrarme en el estudio y discernimiento cabal de la Biblia. En 1996 lo hice en forma particular con los Evangelios y el Nuevo Testamento
Inicié la escritura de estas reflexiones en la primavera de 1996, como efecto sobre todo de unos sueños que me condujeron al hecho de Esteban y al discernimiento del hecho de los panes (repartición a 5 mil y a 4 mil -Mt. 14, 13/23- ). El comienzo fue desordenado y me costó comprender la razón de tanta inquietud y la causa de los sueños que me dejaban en estados muy particulares.
Un domingo, orando ante mi altar personal, comencé a cantar: «ara, ara, Cristo Es… namesté, namesté… ara, ara Cristo Es». Un canto nacido del Espíritu que me llenó de gozo y de paz. Tuve la necesidad de tomar el Nuevo Testamento y en una hora tenía anotado en una hoja 64 párrafos con sus versículos y la página correspondiente. Entonces me senté a la máquina de escribir y di inicio a estas 64 reflexiones ante el altar de Cristo, el ARA
En noviembre interrumpí el trabajo y me retiré a Bahía Inglesa donde culminé el libro sobre el Tao Te King, el «Tao Crístico» y en ese mismo lugar y tiempo nació el escrito «El Cristo del Loto» y se ordenó «111 escalones hacia el Cielo». Las situaciones temporales en Concepción no permitieron continuar este trabajo. Lo retorné en enero de 1997 avanzando más rápido de lo que creí; hasta que supe, por sueños, que mi familia se vería remecida y reunida, después de 28 años, debido a la muerte de mi joven cuñada, esposa de mi hermano. En efecto, ella se agrava en ese tiempo y justo el día que yo culmino estas reflexiones, en febrero de 1997, recibo de mi madre la noticia de su muerte. También supe que debía moverme de Concepción y dirigirme a Santiago para algunos hechos que allí estaban preparándose
Sobre todo, estos últimos siete años de camino intenso he aprendido a ser obediente a las inducciones del Espíritu y a los oráculos de Dios. Sin embargo, no tenía ni ganas ni forma concreta de trasladarme a la capital, pero todo se dio… Nunca había tenido tanto trabajo en un mes de verano y esta vez lo tuve, por ende, no hubo dificultad de dinero; pedí no vivir en Santiago mismo, sino que en las afueras; ojalá en una casa o en departamento con un gran patio para tener un perro. El día que asistí al entierro de mi cuñada, una amiga y alumna me comunica que había encontrado la casa idónea… todo fue tal cual lo pedí. En mi nueva casa, a 53 kilómetros de Santiago, cerré estos escritos. Escribí la última reflexión justamente como acto simbólico al hacer la última caja para mi traslado a Santiago.
Muchos hechos se han sucedido desde los primeros días de marzo a la fecha que escribo esta presentación, finales del mes de mayo. En dos meses y medio, Dios ha sellado mis años de búsqueda y preparación y en pocos días ha sucedido que mucho de lo escrito aquí se ha verificado ante mis ojos y casi todas mis inquietudes han hallado respuestas.
Si tuviera que corregir lo que ha nacido al final de estos años -en estos días- seguramente tendría que cambiar muchas cosas, precisar algunas otras y convertir preguntas en respuestas. Sin embargo, la honestidad insta a no trastocar la esencia de estas reflexiones y tal cual han nacido deben ser mantenidas, a modo de testimonio de este tiempo vivido en el Espíritu y sus senderos.
Con las claridades y los hechos de estos últimos días, varios párrafos aparecen como proféticos de lo que vendría más tarde; otros son absolutamente corroborados por los hechos y algunos pasajes quizás escapen de cierta justeza y precisión. Pero aquí no se pretende alzar una nueva verdad; ni este ni los otros trabajos quieren levantar doctrinas en contra de otras doctrinas. Es más simple que todo aquello: es testimonio, es «diario espiritual» de uno que, en esta época, ha buscado y ha sido inducido por un Ser misterioso, un ángel, llamado Jesshu Li, hasta llegar al punto de estas reflexiones que aquí entrego con toda buena intención. No es, bajo ningún aspecto, una elaboración de formas eruditas ni tiene una rigurosidad intelectual de estudioso: es palabra nacida de la experiencia espiritual, de la inducción espiritual y de un estado espiritual. Por lo mismo, son palabras que deben ser discernidas con criterio espiritual bajo oración y reflexión quieta y serena.
25 de Mayo de 1997
TAO CRISTICO
1ª P R Ó L O G O
Los antiguos tenían por escuela a la naturaleza, al Cielo, a las estaciones, al tiempo y al Espíritu invisible.
De la naturaleza dividieron agua de tierra; madera de piedra; lago de río; montaña de valles; fuego de humedad… y así, todo lo que la naturaleza posee fue llamado «La Madre» y consideraron los Hombres ser los hijos e hijas de esta Madre, hermanos y hermanas de todo lo que habitaba por encima y debajo de la Tierra, en las aguas y en los montes, en las ciénagas y en las espesuras.
Del Cielo dividieron estrellas. Vieron que cada cuatro años el Río de los astros se unía y demoraba cuatro años en expandirse; así, distinguieron fuerza femenina y fuerza masculina y el secreto de la creación de los astros. Vieron que el Río Amarillo era igual que el Río del Cielo: las mujeres tomaron la ribera este y los hombres la oeste y vivieron separados cuando el cielo se expandía y se unían cuando el firmamento se apretaba. Aprendieron a medir el tiempo por el Sol y la Luna y descubrieron los números, las formas y la organicidad del universo. Llamaron Padre al Cielo y considerándose hijos e hijas del Cielo, hermanos y hermanas de todo lo que habitaba en su inmensidad desconocida.
De las estaciones construyeron la comunidad, según necesidad en cada tiempo. Ratificaron que todo espacio armonioso siempre se dividía de cuatro en cuatro y esta ley la aplicaron con sus hijos: a los 4 años el niño sabía que era niño y nacía para él mismo; a los 8 años debía comprender al Padre-Cielo ya la Madre- Tierra y era instruido; a los 12 aprendía a usar sus manos para el trabajo y la caza, para el hogar y su sobrevivencia; a los 16 podía unirse y formar familia, si así lo decidía y era instruido en las cosas de los adultos por los ancianos -los varones-, y por las ancianas y mujeres adultas en el caso de las jovencitas. A los 32 un hombre entraba por la puerta del Gran Espíritu y preparaba su viaje eterno. La mujer lo hacía a los 28.
Del tiempo comprendieron la sabiduría y descubrieron que el No- Tiempo es el verdadero tiempo. De ahí profundizaron muerte y vida. De esto dedujeron que pasado y futuro son los dos únicos tiempos que se pueden percibir: uno porque hay memoria, otro porque hay instinto. El presente no existía para ellos y vivían haciendo lo que debían hacer cada día, sin premuras, ni agobios de ninguna especie. Siempre reían. Eran felices los antiguos.
El Gran Espíritu era como una brisa, a veces quieta, a veces en movimiento, que no se podía ver, pero si se podía sentir en el corazón. Descubrieron que en sueños era más cercano y se manifestaba: entonces aprendieron a morir sin morir, dormir sin dormir, estar sin estar. Y pudieron viajar sin moverse de la caverna, para vivenciar que el Gran Espíritu todo lo sabe y todo lo puede. Como era una cosa de empeñarse cada día y cada noche, no todos lograban llegar a la unión con el Gran Espíritu… Otros temían y rehuían a quien entraba en este estado. Así, nacieron los Santos y los Sabios. Ellos conformaron el mundo de lo invisible: para guiar a los Hombres de esta Tierra.
Creado el mundo de lo invisible, Sabios y Santos supieron que podían vivir en el No- Tiempo pero que no eran eternos. Desde entonces ellos enseñan que el Mundo Superior es inferior al Mundo Celeste; llamaron a este Mundo Superior, «macrocosmos», porque es un mundo intangible envolviendo a un mundo de materia. Llamaron Cielos al Mundo Celeste y son varios estos Cielos y en el ápice el Soberano Celeste tiene su reinado.
Cuando nos rehacemos a los antiguos, todo parece simple y sencillo, fácil y natural Cuando observamos estas cosas con los ojos del mundo y del Hombre de hoy, todo se caotiza, obnubila, se torna una guerra de nombres, categorías, ideas, ilusiones, teorías mentales: eso es soberbia. La rebelión contra el Gran Espíritu ahora es sutil, imperceptible, disfrazada… Pero engaña solamente a los soberbios y nunca a los humildes.
2º PRÓLOGO
La base de esta traducción es el trabajo que realizara el estudioso y practicante de meditación taoísta, Luciano Magrini, en 1935-36, extraídas de sus dos estadías en China y de su relación con connotados conocedores de estos temas y prácticas de origen chino, como el filósofo Hsiung Hsi-ling y el profesor TH. Tang. El trabajo fue culminado a fines de 1937 por Chiang Hsi-chang, quien comparó la labor de Magrini con 84 trabajos fidedignos y la versión alemana de Wilhelm, tomando como comprobación el estudio de Miao Tze Tsai que compiló un diccionario chino-alemán sumamente amplio y explicativo, sobre todo del lenguaje de los clásicos chinos. La primera edición fue conocida recién en 1941. Una segunda edición tuvo mejor suerte en 1947. El Profesor Paolo Siao Sci-yi le consignó una mayor proyección en las ediciones de 1982 y 1989 (Edic. Laterza y Figli. Bari-Italia).
Bajo la palabra «comentario», se encuentran los aportes del autor principal de este trabajo, Ricardo Andreé. Cada comentario extraído directamente del libro base, que ha servido de fuente principal (además del libro de Richard Wilhelm y algunos trabajos menores), tiene el nombre del autor de dicho aporte. El trabajo en italiano ya mencionado fue la matriz de esta versión; la comparación se basó en la excelente versión de Wilhelm. Jesshu Li, el Maestro personal del autor, también interviene y comenta. Yo, Don Samuel, no comento directamente al inicio; lo hago a través de algunos cuentos y alegorías que transmito al autor. Luego ya lo hago en forma directa.
Ricardo, Jesshu Li y Don Samuel vivenciamos y nos unimos a esta profunda y vital experiencia en forma distinta, llegando a conclusiones propias, coincidentes y siempre complementarias.
Como apertura, diré lo mismo que diré al final: este trabajo no es para estudiarlo o leerlo en forma intelectual sin entrar en meditación. Esta labor que entregamos es vivencial: entren también Uds. en meditación, aquieten la respiración, despidan las preocupaciones, despejen sus expectativas y vacíense de toda intencionalidad o imaginería. Solamente después lean un capítulo del Maestro, lentamente, pausados, con quietud; luego repitan la frase o el verso que más les llamó al corazón: «el Tao es innominable», por ejemplo. O lean nuevamente el capítulo. Luego vuelvan a la meditación. Cuando salgan del estado meditativo; regresen al mismo texto, lean, comprendan, vuelvan a leer, comprendan con el corazón, sientan la afirmación del Maestro. Lo que no «suena» ni se comprende: déjeselo, no insista. Otro día, otro capítulo. No regresar nunca al mismo a no ser que así se sienta la inducción interior, sin obsesión intelectual, sin obcecación, menos con rabia por la incomprensión. Se volverá al capítulo todas las veces que sea natural: si no hay inducción hacia un capítulo ya conocido, se abrirá el libro al azar durante la repetición de las palabras: NAM TAO TE i KING, si se hace a modo de los Mantram, con voz gutural, tanto mejor.
Los comentarios y agregados, si los hay, se leerán al final, cuando se haya realizado el propio discernimiento. Si se trabaja en grupo se hará lo mismo, pero una persona hará de guía abriendo el libro y leyendo. Luego cada persona trabajará el mismo texto en forma individual, aparte, en su casa. Se intercambiarán las ideas y vivencias y se crecerá sin entrar en discusiones, escuchando y discerniendo la experiencia y el aporte del otro, sin calificarlo ni enjuiciarlo. Esta es la forma de compenetrarse con estas enseñanzas del Gran Viejo, Lao Tsé.
¡Buen Trabajo!
PRESENTACIÓN
¿Qué empuja a un hombre a realizar un trabajo como este? Imagino que detrás de cada tentativa existe una buena intención, un deseo positivo de abrir a muchos más, en este tiempo, este conocimiento que nos dejara como único legado el solitario Sabio Chino, Lao Tsé.
Quiero pensar que las tergiversaciones y las desinformaciones que brillan en muchas traducciones recientes y versiones interpretativas modernas son parte de esa buena intención.
Chuang Tsé el primer discípulo de Lao Tsé, ni siquiera se asoma al terreno de la explicación sobre la mono-producción de su Guía: sí se introduce en el espíritu del Tao y desde esas alturas usa su letra mordaz y osada, acompañada de su propia, vivencia que ha quedado en el tiempo como la compañía inseparable del Tao Te King.
Wan Pi, un joven y talentoso sabio, que murió a los 24 años, el año 249 d.C., es quien inicia la larga lista de estudiosos, filósofos y religiosos que han dedicado sus energías a la compenetración con los misterios del Tao. Los emperadores tenían como cosa «cosa santa» leer y hablar del Tao y no pocos hicieron compilar trabajos que posteriormente llevaron el nombre del gobernante, como bajo la última dinastía Manchú.
Algunos quitaron versos por considerarlos «poco convenientes» y algunos más descarados agregaron párrafos propios, haciéndolos pasar por palabras del Sabio.
Si otros occidentales realizaron una investigación tan asidua y vivencial antes de Richard Wilhelm, no hay constancia, aunque¬ mucho se especula que los Jesuitas habrían realizado importantes labores investigativas tanto del Tao Te King como del I Ching, pero que nunca vieron la luz pública. Se conocen versiones en inglés ya en 1850, quizás paralelas a las de James Lagge sobre el I Ching, pero de una dudosa rigurosidad y repletas de prejuicios colonialistas. Richard Wilhelm, alemán, sinólogo, misionero adventista, se bota, literalmente, en los escritos oficiales que contenían los 81 versos del «Libro del Tao y la Virtud» (Tao Te King). Corría 1909 y el hombre alemán abarca su trabajo con seriedad de estudioso y científico; quizás si Wilhelm hubiese traducido el Tao Te King después de su vital labor con el I Ching (el Libro de los cambios), cuya culminación se constata en 1920, habría sido menos respetuoso del oficialismo que ya entregaba algunas tergiversaciones Y también, muy probablemente, menos ortodoxo y literal en su traducción. Con todo, el trabajo del misionero protestante sigue siendo uno de los más ricos en datos y uno de los más serios en occidente. &&&Desde siempre, en China, las palabras del Sabio han sido fuente de inspiración, de encuentro espiritual y trascendental. Desde Lie Tsé (Lie YÜ Kou) y Chuang Tsé (Chuang Chou), los primeros, hasta entrado en este siglo que ya expira, pasando por filósofos y místicos ascetas que entraron en el Tao en las misteriosas montañas de Lao Shan (Isla de los Santos), no se supo nunca de un occidental que entrara en el Tao mediante lo propuesto por Lao Tsé. Se expande hacia Japón, hacia Carea, y llega en forma contundente y prolija solamente con el sinólogo Wilhelm, aunque el mismo traductor alemán se rehace comparativamente a otros autores contemporáneos: S. Julien, Carus y Víctor Von Strauss. Sin embargo, la diferencia reside en la vivencia directa y profunda que el misionero adventista experimentara en China, sobre todo cuando se introduce en el I Ching. Tal fue su inserción, al punto de padecer un conflicto de identidad entre el Sabio Chino que se despertó en él y el severo hombre alemán, que es como él se conocía. Desde entonces, podríamos distinguir dos tipos de caracteres en las traducciones e interpretaciones del Tao Te King: el del racionalista que estudia el fenómeno según cristales académicos o filosóficos; el del buscador espiritual occidental que mira a Oriente cuando la verdad trascendental se ha extraviado entre tanto dogma y doctrinas. El primero no logra apreciar más de lo que aferra con su propio intelecto, de acuerdo a límites culturales o conocimientos comparativos, sean filosóficos como religiosos. El segundo intentará poner en movimiento, mediante la práctica, aquello que entendió parcialmente con la mente. El primero no llegará nunca a la mente natural del Tao, esto quiere decir que nunca comprenderá a Lao Tsé ni lo que escribiera el Maestro. El segundo descubrirá que lo que aferró con el análisis se potencia y se hace vivo mediante la práctica espiritual del Tao.
Esto explica por qué la mayoría de las versiones son extrañas a las enseñanzas del mismo Tao Te King y cuán ignorantes suelen ser en verdad aquellos que mencionan al Tao como un producto de moda y han inventado la terminología del «Taoísmo útil» : tao de la bicicleta, tao de los alimentos, tao de aquello y tao de lo otro.
El que practica el Tao… NUNCA hablará del Tao… Mucho menos como lo hacen los presumidos e irrespetuosos.
Algunos han ido un poco más lejos: como negar la existencia de Lao Tsé y colocarlo como personaje mítico, inexistente físicamente en tiempo alguno; agregando que los escritos son un cúmulo de versos recogidos de distintas épocas y pensadores. Los mismos añaden muy circunspectos que la obra misma corresponde a la vena «filosófica idealista» de los «pensadores chinos» y como joya colocan la aseveración que reza: «el Tao es ilusión, es la negación de la materia.» ¿Qué nos empuja a nosotros a realizar este modesto trabajo?
Nuestro Amor al Maestro Lao Tsé, cuyo nombre puede ser traducido como «el Gran Viejo» o «el Niño Viejo.» Amor nacido en las prácticas de meditación, en la soledad de las colinas del Valle de Putaendo. El vivenciar a Dios sin dogma alguno, en su cosmogonía más pura, en el génesis más claro y clarificador, eso que el Sabio llamó Tao, porque no supo qué nombre ponerle, es el motivo íntimo, más arraigado. Es una forma de decir: ¡existe! Es un modo de exclamar: ¡Aquí está el Reino! Tomamos entonces las referencias de Lin Yu- Tan, de Richard Wilhelm y con esta base escrita entramos en la ardua práctica de palpar la verdad del Tao. Cuatro años de permanente atención, de actitud observante, de opciones y desapegos -no sin luchas, contradicciones y límites- al cabo de los cuales podemos decir que es cierto lo que está escrito, incluso aquello de que Lao Tsé está vivo y es perceptible en su guía.
La inquietud fue madurando pacíficamente en el interior: desde esos días de retiro a los pies del Monte Santa Inés, frente a Pichidangui, cuando el Maestro fue particularmente activo y la esencia celestial fue discernida como Tres manifestaciones Unitarias, cuyo Tao creador de la materia y lo invisible es aquello que los antiguos griegos concebían como el «El Logos» (la primera manifestación de vida, la matriz de la creación), el Verbo, el Cristo. Desde entonces la relectura de la clave Crística fue necesaria y urgente, fuera de toda reticencia y prejuicio religioso o cultural. Pero habría sido una incongruencia si a esta aclaración nos hubiésemos introducido por otra vía distinta, fuera de la meditación, el discernimiento y la oración en retiro y soledad. Nada ha sido ni es solamente intelectual.
En la sana intención de propagar a otros lo que fue una verdadera iluminación para mi existencia, se organizaron algunas «iniciaciones» que alcanzaron más o menos a las 100 personas entre Santiago y Concepción. Sin embargo, la experiencia manifestó con frialdad que algunos de los que dicen buscar la verdad espiritual, definitivamente no quieren eso, sino que un aliciente para encubrir las pasiones no resueltas y sus indecisiones repletas de apegos y frustraciones. Otras personas escapan de las religiones tradicionales, no quieren seguir guías de ningún tipo y cuando tienen ante si mismas el sendero de la propia opción espiritual, dependiente solamente de la disciplina personal y de la Fe en la existencia de la divinidad… se desvanecen. Es mucha la renuncia, eso de desapegarse de los deseos; es exageración conceder el timón de la vida a algo «invisible y misterioso». Aquellas personas, en cambio, que han roto con el obstáculo de la impaciencia, de las falsas dependencias y con rigor han mantenido su autodisciplina y la perseverancia, han logrado ascender paulatinamente hasta llegar a reales umbrales de verdad divina.
Esta experiencia tuvo un efecto vitalizante: lo Crístico se hizo tangible con cada enseñanza de Jesús; la vivencia del Maestro Lao Tsé ya no es anecdótica, sino que real. JesúsCristo y Lao Tsé parecen unirse bajo la luz de lo Tao-Crístico.
Lao Tsé vino entonces en un sueño vivencial y avisó que bajaría la enseñanza al corazón». Cuando pasaron los meses y ese mensaje onírico ya casi no era recordado, surge en mi interior una gran necesidad de retirarme y comprender la voluntad de Dios para estos tiempos. Así, sin mucha claridad sobre el quehacer, acepto una invitación de Flor Zúñiga para estar unos días en su casita de Bahía Inglesa, cerca de Caldera, al norte. Llevé conmigo la versión italiana del Tao Te King de Luciano Magrini, elaborada por Paolo Siao Siao-yi; la traducción de Richard Wilhelm, mi libro de I Ching, una versión’ del nuevo Testamento, que me regalara mi hermana Lola Poveda…
Trabajé muchas horas, medité intensamente, dormí poco y soñé profusamente. Al cabo de 10 días había sobre la mesa 64 aforismos traducidos y comentados, divididos en cuatro partes. El orden, la selección, las palabras, la vivencia toda es mía no lo es. ¿Cómo calificar las vivencias místicas? Un psiquiatra ortodoxo diría que es un tipo de locura. Lo cierto es que al sentarme a leer el producto del trabajo me recordé del sueño, del aviso y fui a revisar atentamente el cuaderno donde redacto mis vivencias. Así, Lao Tsé había cumplido con su promesa: En esta labor no hubo intelecto, no hubo elaboración estudiada: fue una catarsis, una energía inteligente y sabia que me hizo vivir lo que escribía.
Las citas de los evangelios aparecieron sin buscarlas, cada una estaba a la mano: abriendo al azar el sagrado libro; a veces el I Ching me llamaba, lo abría y escribía lo que aparecía como apoyo y aporte a la idea en desarrollo. Nunca hube premeditación alguna, orden mental, estructura literaria. Cuando me agotaba: dormía. Soñaba: veía a mi Maestro luchando contra entes demoníacos, los que querían tomarme para evitar que siguiera escribiendo; el universo de los símbolos que he recibido estaba agitado, activo, presente, rodeándome como guardianes armados. Lao Tsé danzaba suave y armoniosamente y su perfume, que ya bien conozco, invadía mi Ser. Cristo vino potente y sobrecogedor como aquella vez en la montaña de Putaendo: el Orden Superior de la existencia y la No-Existencia iba pasando o despertándose en mi Espíritu.
¿De qué otra manera podríamos comprender y entender el Tao que enuncia Lao Tsé?, y ¿De qué otra forma podemos acceder a los misterios del Cristo?
La fe, la entrega, la opción y la disposición absoluta… conducen a Dios y en su camino podremos acercarnos al Tao Crístico que aquí hemos vivenciado.
Extracto del Libro «Tao Crístico»
EL ANDARIEGO 7+1, LA HORA DEL SALTO
A modo de Prólogo
«El Andariego» es un texto que fue naciendo como en un andar. Emboscado en el misterio su contenido, asaltó intento: un segundo libro «Ara», con reflexiones sobre el Evangelio de San Juan». En efecto, en agosto del año 2005 me retiré a Guanaqueros con todo lo necesario para escribir al menos 24 claridades que había recibido en mis meditaciones bajo el Don del Espíritu Santo.
Inicié la labor de selección del material, pero cuando abrí la primera página de escritura (supuestamente la inducción al tema) su resultado fue «extraño» y no respondía a mi propósito intelectual. Entonces me entregue y en tres días tenía al menos cuarenta páginas sin estructura, con argumentos inconexos. Ese raro resultado durmió por algunos meses, hasta que Marisol Olivares, la madre de mi hijo, pidió mi autorización para transcribirlos. Ella siguió un orden azaroso que di al paso. Y después de varios días de trabajo tenía enfrente de mi vista «algo» que asimilaba a un «testimonio» o «diario de viaje».
Nunca quise ni ha sido mi intención, hablar o escribir sobre mis vivencias, y he rehuido referirme a detalles de mi vida: porque siempre he considerado vital la enseñanza y no aquel que entrega la enseñanza. Y los Libros de Discernimiento («Ara: 64 Reflexiones…»,»111 escalones…» «Tao Crístico» «I Ching: Séptimo Tiempo») han sido coherentes con ese principio, aunque muchos alumnos, investigadores de la Sabiduría y de la Consagración, y a gente que ha adquirido los libros mencionados han incentivado, de alguna manera, para que hiciera algo referente, sobre todo, a la Montaña y cómo fue que se halló ese lugar tan pleno de misterios.
Nunca Pensé, ni planifiqué. Simplemente este «Andariego» fue apareciendo. Y ante mi duda y sorpresa sometí el asunto al Oráculo de Sabiduría, para tener una primera visión sobre lo que estaba aconteciendo. De verdad, me dispuse a romper los papeles si la Sabiduría calificaba esto como un ejercicio de ego, o un desvío de mi mente. Sin embargo, las claras respuestas del oráculo abrieron puertas que se conectaban con avisos previos de cambios inexorables que acometerían mi vida desde agosto del 2006. Recurrí a las claves Crísticas para obtener una imagen amplia y profunda del papel que cumplía este…huésped no invitado; ciertamente nunca comprenderemos los eventos sin una observación macro, que solamente Dios nos las puede entregar. Y el texto que parecía un invitado de piedra comenzó a convertirse en un libro con personalidad y sentido.
El orden de los otrora escritos revueltos vino a mí en un par de horas. Aquello que debía ser descartado, quedó rezagado, y lo que aún faltaba fue insertándose poco a poco, siempre con sueños aclaratorios y consultas a la Sabiduría. El título fue inducción de los maestros del I Ching, y cuando tuve en mis manos la primera copia editada, nuevamente en Guanaqueros, primeros días de septiembre de 2006, quedé con una sensación extraña. Entré en meditación y acudí a la Sabiduría, y de esta Santa fuente recibí la claridad: debía insertar tres capítulos y sacar un par de párrafos. Al amanecer abrí los Sellos Crísticos y JesúsCristo me mostró algunos detalles muy delicados y sutiles que debían ser reforzados; pero en ese encuentro además me fue mostrada la puerta que se cerraba a mis espaldas y el tramo del camino que se estaba abriendo.
De lo Búdico a la Sabiduría
«Recorrí el sinuoso camino largo, y Dios me condujo por sus pedregosos senderos. Este camino inicia como todo andar: con el primer paso. Y cuando llegué a la última puerta, para sorpresa mía había otro camino que seguir: este era corto, escalonado, empinado, pero recto.
No importa la anécdota terrenal y humana: puede ser distinta a otras, pero ninguna tiene importancia hasta que se inicia el Camino. Entonces hacemos bien en guardarnos la información de cuanto vivido, soñado o acaecido durante nuestras vidas. Ni cambia el sustento de nuestra huella la cultura que nos da ropaje o de la religión que nos da zapatos. Tengamos memoria de lo nuestro para propio testimonio y constatar que también en nuestra pequeñez hubo un plan que nos conduciría al inicio de la senda. Porque lo que nos parecía un rompecabezas, al mirar atrás, en la boca de la trascendencia posible, nos dará una cuenta perfecta de nuestras vidas, incluyendo los sufrimientos y los «por qué» que nunca nos explicamos. Solamente esa vivencia es ya toda una revelación, y un golpe al orgullo y al ego: «en verdad nada era como yo creí, ni para lo que imaginé, ni por lo que yo quise». Y sí, hasta lo que nos pareció más fortuito y del todo impersonal… al final era parte de un plan y mucho tenía que ver y hacer con nuestra persona.
Eso lo entiendo hoy: no lo aceptaba en la Abadía de monjes budistas cuando jamás me fue permitido hablar de lo mío, mis vivencias y sufrimientos… de lo soñado… de lo real… nada. Porque cuando aún no has culminado tu acercamiento al Inicio del Camino, y está viviendo, es decir, estás siendo construido y un plan se halla en movimiento, nada es más nefasto que encandilarse con lo que está en cierne, o buscar respuestas aún cuando se gesta la solución, o apresurar con esfuerzos humanos o emocionales un efecto espiritual. Entonces me reservé el derecho a escribir: si no podía hablar, escribiría. Y al entregar mi ropa de calle, en la Abadía y recibir el atuendo y sandalias, aquello que servía para escribir también quedó guardado en la mochila. Me preparé para recibir prédicas, enseñanzas y conocimientos: estaba ávido de saber. Desde la cuatro de la madrugada hasta la ocho de la tarde sólo se meditaba, se recitaba el Sutra del Loto y se caminaba en silencio. Entonces viví en estado de Quietud y en la Paz la existencia se abrió como un libro vivo y vívido, ordenando lo que aparentaba ser caótico, explicando causas, abriendo infiernos, proponiendo salidas. Y al pasar diez meses, por calendario, viviéndolos como en noventa días, según mi memoria (algo confuso por ese lapso no computado por mi costumbre y orden, en donde diez meses nunca fueron tanto días reales, y para mí nunca pasaron más de noventa días…) estaba ya en la puerta del edificado de nuevo con mi morral, despedido con mucha bondad por los monjes, camino al mundo… y lloré en una estación de tren… lloré como un niño. Una madre que pasaba con su hijo pequeño, el cual miraba asustado con su carita redonda y ojitos profundos, decía dirigiéndose al niño: «Es su Karma…». Corría el año 1977. Desde Nepal, nuevamente aterrizaba en Italia.
Nunca me propuse llegar allí, menos vivir diez meses en el No-Tiempo: sucedió que a fines de 1974 me dirigí a la antigua Yugoslavia con el propósito declarado de estudiar biología marina, y un plan adyacente, asistir a una escuela militar para oficiales. Nunca llegué a la universidad. La escuela del Ministerio del Interior se hallaba en Bagna Koviliacha, una zona que hoy pertenece a Bosnia: después de no pocos problemas y desacuerdos, literalmente escapé del lugar y desde Belgrado fui autorizado para abandonar el país. Llegué a Austria. De nuevo en Italia me establecí en Milán. Allí conocí a un grupo de italianos que serían fundamentales en mi pasar por Europa. En 1975 me trasladé a Florencia, ciudad que acunaría mis amores vivencias humanas, mundanas, emocionales y espirituales. Obtuve una beca para estudiar Ciencias de la Comunicación, pero yo quería Ciencias Políticas: pasé un semestre por esa pérdida de tiempo y retomé las Comunicaciones. Pero me fue quitada la beca por participar en la toma de la facultad de arquitectura, a los comienzos de 1977, año de convulsiones políticas en Italia. Debía trabajar. Y mis amigos italianos me ofrecieron un cargo de Corresponsal Internacional para una serie de periódicos y revistas de la izquierda itálica. Así llegué ante las puertas de la abadía budista: la intención era llegar al Tíbet para cubrir conatos de rebeliones anti-chinas que allí se estaban produciendo. Nunca llegamos, el equipo volvió a Italia: yo entré al monacato.
Entonces creí haber llegado al final de lo viejo y pensé: ahora inicio mi nueva vida. No fue así. Aún estaba andando. Asumí con humildad y con mucho de espanto que no tenía el cronómetro del tiempo, ni conocía el plan trazado en mí. Era ignorante y muerto. Para el mundo era un joven -decían- con suerte, inteligente, bueno en los oficios que emprendía, atrevido en su campo laboral, alegre, trivial y de muchos amores. En la verdad íntima ante Dios me sentía atribulado, atormentado y absolutamente carente del Amor del Creador. ¿Qué podía hacer para que la puerta se abriera y Dios me acogiera como un hijo suyo? «Vivir». Esa era la respuesta que siempre recibía en mis meditaciones. Vivir según lo que soy. Pero entonces ¿por qué no me sentía libre? Requería una jurisprudencia que no escandalizara mi propia vida, porque sin límites caía en los infiernos y la verdad allí era ajena, desesperante y terrible para mi alma.
El budismo me enseñó a caminar y me dio el arma de la Paz y la Contemplación, pero yo no tenía Sabiduría, y sin Sabiduría todo hombre se perderá tarde o temprano en algún tramo de su vivencia, mucho antes de siquiera comenzar el Gran Camino.
Hallándome ante un Buda misterioso entre altos cipreses entre lápidas escritas en danés que rememoraban a un matrimonio de artistas que habían vivido en la magnífica Villa de Fiésole (Toscana), en la que ahora me encontraba, una mano amiga y dulce me extendió un regalo cuya dedicatoria decía: «He aquí al Maestro de Sabiduría que pediste a Dios». Ese fue mi primer libro del I Ching. Aunque ya conocía el I Ching como «juego» y lo consultaba muy ligeramente, nunca había tenido un libro «serio y completo» como el que ahora tenía y jamás había compenetrado la enseñanza de esta magnífica herencia. Ahora contaba con una fuente de Sabiduría para ordenar mi andar. Dios me escuchaba y por sus misteriosas maneras hacía llegar lo que Él consideraba acorde con el Plan que yo estaba lejos de entender.
Mi existencia, con la atención permanente en lo aprendido, y sin olvidar nunca que era un viajero sin estación, estuvo muy lejos de no ser vivida: justo lo contrario. La intensidad y la osadía de experimentar y consumar lo que se interponía entre lo viejo y lo nuevo, entre lo muerto y la Vida me condujo a estados terminales: allí donde otros decían querer ir, yo llegaba. No porque fuese mejor o más capaz, sino que por naturaleza nunca conocí una verdad sin coherencia y jamás creí en la palabra sin acción, y menos esperé recompensas por creer en las causas justas. Y desde muy temprano tuve la nítida sensación de que el Ojo de Dios me observaba, siendo aún muy niño, y quizá por eso no me importó lo que los demás opinaran sobre mí, porque si Dios me lo permitía no podía ser importante lo que opinara el mundo. Comprobé, sin embargo, que, con dolorosas y peligrosas vicisitudes, cada vez que conducía mi caminar según la voluntad del ego caía en infiernos atroces y abismos de los cuales siempre me costaba salir. Y mientras seguía un orden instintivo, que ya percibía, la vida era una sincronía de hechos, personas y vivencias que sin duda eran parte del Plan que algún día entendería en su globalidad. Por lo mismo acepté avanzar según orden interior en el que nada importaba el parecer e los otros. Eso me condujo a la revelación de la Obediencia.
Y esta es mi primera conclusión testimonial hoy: la puerta que ordena el andar preliminar es la obediencia, la entrega. No sé cómo podría avanzar alguien en esta vida sin Sabiduría y sin Paz. Primero se debe alcanzar La Paz de La Quietud, esa que calla la mente artificial del mundo y sus sensaciones, y calma el Alma y los sentidos, en modo que el Gobierno de Uno Mismo se halle en La Paz. Porque solamente en la Paz los torbellinos serenan sus ímpetus, y en La Paz las decisiones son justas. El mundo es contrario a la Paz, porque el estado de Paz en el Hombre lo torna Superior y desde su altura comienza a verificar el Gran Engaño de Lo Temporal. Desde la Quietud y La Paz se llega a la Entrega, a la Suma Confianza en Dios: y esa es la vía a la Obediencia»
Extracto del Libro «El Andariego»
EL TESTIMONIO DE JUDAS
Irineo, padre de la Ortodoxia cristiana, 180 d.C., da a conocer la existencia de muchos evangelios heréticos; entre ellos, uno especialmente atacado por él, llamado: «evangelio de judas».
No hubo certeza de estos escritos, y no se contaba con pruebas concretas que avalaran su existencia, hasta el siglo recién pasado. Con la aparición de los pergaminos, reunidos bajo el nombre: «Códice:»Códice Tchacos», en 1970, parece saldarse un círculo de hallazgos iniciados en 1947, con los Rollos del Mar Muerto (Qumrán). Estos Códice se hallan hoy ordenados y estructurados para su estudio y análisis en la Biblioteca de Nag Hammadi.
Interesa particularmente este documento, recientemente publicado, debido al alarde, y la especulación, que acompañó su lanzamiento. Pero, sobre todo la atención común se centra en la polémica figura de Judas. Ya explicamos en el libro testimonial «El Andariego» algunos elementos a tener en consideración para mejor comprensión de los hechos espirituales, y reiteramos ahora esta salvedad: esencialmente porque si contextualizamos lo espiritual bajo esquemas estrechamente humanos, históricos y puramente terrenales… todo lo real de estas, y de otras, escrituras se extravía y, finalmente, el tema deriva en especulaciones infantiles y conclusiones inciertas.
Estas cartas, como muchas otras, corrían de manera abundante por las manos de los gnósticos céticos, quienes se autocalificaban como la generación de Cristo. La otra corriente gnóstica, la Cainita, negaba a Cristo y era un movimiento acrático y bizarro que en mucho se acercaba a posturas demoníacas. La idea de presentar al gnosticismo como una marejada unánime, orgánica y estructurada es una tergiversación que cumple los objetivos de sus detractores, para los fines antes mencionados. Los gnósticos fueron más bien una «forma de concebir a Cristo», y su centro doctrinario residía en La Sabiduría, no cuanto «conocimiento» intelectual, sino como práctica místico-espiritual. La diferencia sustancial era, y es, que La Sabiduría entrega, cuan efecto revelador, una elaboración espiritual, personal, de la Verdad… El «conocimiento», en cambio, fomenta la búsqueda de «la verdad» por medio del saber humano… y en la práctica, es un círculo de iluminados que impone su propia elaboración como «verdad de dios». Mientras La Sabiduría exige una Relación Personal y Espiritual con el Cristo Dios, el «conocimiento» entrega el gobierno de dios a la iglesia, y a los doctos en ésta. Ante esta realidad: escritos, como los que aquí exponemos, lisa y llanamente eran, y aún son, una bazofia para los clérigos y el mayor escollo para sus planes políticos.
Extracto de Presentación del Testimonio de Judas
No hubo certeza de estos escritos, y no se contaba con pruebas concretas que avalaran su existencia, hasta el siglo recién pasado. Con la aparición de los pergaminos, reunidos bajo el nombre: «Códice:»Códice Tchacos», en 1970, parece saldarse un círculo de hallazgos iniciados en 1947, con los Rollos del Mar Muerto (Qumrán). Estos Códice se hallan hoy ordenados y estructurados para su estudio y análisis en la Biblioteca de Nag Hammadi.
Interesa particularmente este documento, recientemente publicado, debido al alarde, y la especulación, que acompañó su lanzamiento. Pero, sobre todo la atención común se centra en la polémica figura de Judas. Ya explicamos en el libro testimonial «El Andariego» algunos elementos a tener en consideración para mejor comprensión de los hechos espirituales, y reiteramos ahora esta salvedad: esencialmente porque si contextualizamos lo espiritual bajo esquemas estrechamente humanos, históricos y puramente terrenales… todo lo real de estas, y de otras, escrituras se extravía y, finalmente, el tema deriva en especulaciones infantiles y conclusiones inciertas.
Estas cartas, como muchas otras, corrían de manera abundante por las manos de los gnósticos céticos, quienes se autocalificaban como la generación de Cristo. La otra corriente gnóstica, la Cainita, negaba a Cristo y era un movimiento acrático y bizarro que en mucho se acercaba a posturas demoníacas. La idea de presentar al gnosticismo como una marejada unánime, orgánica y estructurada es una tergiversación que cumple los objetivos de sus detractores, para los fines antes mencionados. Los gnósticos fueron más bien una «forma de concebir a Cristo», y su centro doctrinario residía en La Sabiduría, no cuanto «conocimiento» intelectual, sino como práctica místico-espiritual. La diferencia sustancial era, y es, que La Sabiduría entrega, cuan efecto revelador, una elaboración espiritual, personal, de la Verdad… El «conocimiento», en cambio, fomenta la búsqueda de «la verdad» por medio del saber humano… y en la práctica, es un círculo de iluminados que impone su propia elaboración como «verdad de dios». Mientras La Sabiduría exige una Relación Personal y Espiritual con el Cristo Dios, el «conocimiento» entrega el gobierno de dios a la iglesia, y a los doctos en ésta. Ante esta realidad: escritos, como los que aquí exponemos, lisa y llanamente eran, y aún son, una bazofia para los clérigos y el mayor escollo para sus planes políticos.
LIBRO 111 ESCALONES HACIA EL CIELO
En 1992 me encontraba trabajando en el ordenamiento del I CHING con los apuntes traídos de Basilea -Suiza- para editar «La Verdad Interior». El Maestro Jesshu Li fue particularmente activo y generoso, en ese tiempo y lugar. Según mi criterio, yo trabajaba en un proyecto en base al antiguo Libro de Sabiduría, sin embargo, no todo el producto de lo escrito tenía directa relación con la elaboración planteada… Aún más, ante mí tenía una serie de textos que escapaban a mi orden original.
Separado el contenido correspondiente a «La Verdad Interior» quedaron, por una parte, los textos que fueron a engrosar el material testimonial incluidos en «El Empedrado de Jade» y «El Cristo del Loto», y por otra: una carpeta con material extraído de las enseñanzas de Jesshu Li , basadas en el Oráculo de Sabiduría. Pasaron dos años… encontrándome en meditación frente al altar, en mi casa en Concepción, un día Domingo temprano, vi una imagen muy parecida a un sueño que había tenido años atrás: en éste me encontraba en un lugar parecido al patio de la casa de mi abuela materna, sólo que el lugar no tenía fronteras, era un prado verde que se perdía a la distancia; a mi izquierda vi y sentí a un monje budista en posición de Loto enfrente a un altar de piedras blancas, altas, cuya parte superior tenía forma de un cabeza de serpiente cascabel. El monje era joven, calvo y no notaba mi presencia. Más allá, en la mitad del verde había una escalera de colores transparentes con mucha luz en su entorno; bajaba desde el Cielo y no llegaba al suelo. Una larga fila de personas se dirigía hacia esta escala cuyas gradas eran doradas, la gente acudía en calma, serena, alegre. Yo estaba en la fila, pasé detrás del monje y tuve ganas de invitarlo a venir, quise quedarme con él. Inmediatamente más allá del altar donde se hallaba el hombre se encontraba una muralla vieja de piedras carcomidas y derrumbadas. En ese punto la voz dijo en mi interior: «ciento once son los escalones del adepto; sin el primer escalón no hay segundo; después del segundo todos son ascendentes»… Agregó: «la sabiduría no está al final de la escalera, sino que en la decisión de poner el pie en ella». Saliendo de esa visión interior, el Espíritu me indujo a buscar entre mis papeles y saqué la carpeta con los textos sobrantes que dormían en un rincón. Una claridad extraordinaria hubo en mí y supe a ciencia cierta cuales partes separar y cuales dejar. En seguida realicé una separación por párrafos que fui enumerando correlativamente. No leí, no pensé, no tuve conjetura alguna ni me detuve a verificar si los cortes de cada lectura eran congruentes.
Por tratarse de textos profundos no basta con una lectura, el trabajo de discernimiento no se agota con una leve comprensión, es necesario volver sobre el contenido del mensaje varias veces y siempre en actitud de serenidad, devoción y apertura espiritual. Cada vez es de vital importancia anotar lo que se comprendió, lo que se sintió, lo que causó la inquietud, lo que resultó comprensible y clarificador. Así, en un largo proceso de discernimiento el mensaje cumple el rol de ser un escalón hacia el Espíritu y la Sabiduría de lo espiritual. Nunca se debe volver a buscar otro número sin antes haber agotado la labor con el escalón que nos ha sido designado.
Separado el contenido correspondiente a «La Verdad Interior» quedaron, por una parte, los textos que fueron a engrosar el material testimonial incluidos en «El Empedrado de Jade» y «El Cristo del Loto», y por otra: una carpeta con material extraído de las enseñanzas de Jesshu Li , basadas en el Oráculo de Sabiduría. Pasaron dos años… encontrándome en meditación frente al altar, en mi casa en Concepción, un día Domingo temprano, vi una imagen muy parecida a un sueño que había tenido años atrás: en éste me encontraba en un lugar parecido al patio de la casa de mi abuela materna, sólo que el lugar no tenía fronteras, era un prado verde que se perdía a la distancia; a mi izquierda vi y sentí a un monje budista en posición de Loto enfrente a un altar de piedras blancas, altas, cuya parte superior tenía forma de un cabeza de serpiente cascabel. El monje era joven, calvo y no notaba mi presencia. Más allá, en la mitad del verde había una escalera de colores transparentes con mucha luz en su entorno; bajaba desde el Cielo y no llegaba al suelo. Una larga fila de personas se dirigía hacia esta escala cuyas gradas eran doradas, la gente acudía en calma, serena, alegre. Yo estaba en la fila, pasé detrás del monje y tuve ganas de invitarlo a venir, quise quedarme con él. Inmediatamente más allá del altar donde se hallaba el hombre se encontraba una muralla vieja de piedras carcomidas y derrumbadas. En ese punto la voz dijo en mi interior: «ciento once son los escalones del adepto; sin el primer escalón no hay segundo; después del segundo todos son ascendentes»… Agregó: «la sabiduría no está al final de la escalera, sino que en la decisión de poner el pie en ella». Saliendo de esa visión interior, el Espíritu me indujo a buscar entre mis papeles y saqué la carpeta con los textos sobrantes que dormían en un rincón. Una claridad extraordinaria hubo en mí y supe a ciencia cierta cuales partes separar y cuales dejar. En seguida realicé una separación por párrafos que fui enumerando correlativamente. No leí, no pensé, no tuve conjetura alguna ni me detuve a verificar si los cortes de cada lectura eran congruentes.
Por tratarse de textos profundos no basta con una lectura, el trabajo de discernimiento no se agota con una leve comprensión, es necesario volver sobre el contenido del mensaje varias veces y siempre en actitud de serenidad, devoción y apertura espiritual. Cada vez es de vital importancia anotar lo que se comprendió, lo que se sintió, lo que causó la inquietud, lo que resultó comprensible y clarificador. Así, en un largo proceso de discernimiento el mensaje cumple el rol de ser un escalón hacia el Espíritu y la Sabiduría de lo espiritual. Nunca se debe volver a buscar otro número sin antes haber agotado la labor con el escalón que nos ha sido designado.
¿CÓMO HABLAN LOS CIENTO ONCE ESCALONES?
Para compenetrarse correctamente con estas respuestas, la persona debe hacer tres preguntas: ¿Qué me dice?, ¿Qué debo comprender?, ¿Qué debo hacer?
Una vez que se ha obtenido, mediante cualquier método de recogimiento y quietud, el número con el texto correspondiente, enfocaremos la lectura bajo estas tres cuestiones básicas. Tengamos en consideración que todas las respuestas tienen un valor interior, espiritual y están dirigidas a Seres que definitivamente han encaminado su existencia por la senda de la virtud espiritual, es decir, no contienen fórmulas para «llegar a la escala», sino que son situaciones para los que «ya están en sus gradas».
Si una persona toma esta escala como un instrumento de acercamiento a la verdad sabia de Dios y vive en coherencia con estas enseñanzas, sentirá la viva presencia del Maestro Jesshu Li y de los guías de Sabiduría. Entrando a los escalones superiores, del 80 hasta el 111, vivenciará la necesidad de aferrar la Nueva Ley de la Resurrección, y la vida del adepto dará un giro absoluto en el sentido del Cielo.
Todos los instrumentos como este deben ser acompañados con la coherencia y la congruencia cotidiana, con la vivencia espiritual sin dudas ni limitaciones, bajo la debida meditación, recogimiento y oración, con un sistema disciplinado, constante y perseverante.
Nunca se debe olvidar que estas armas de nada sirven si no se hacen vivas y vívidas en el andar de toda la existencia. No es un trabajo teórico o filosófico, es vivencia y vida, es comprensión espiritual.
Para finalizar: el Maestro Jesshu Li ha sido muy reiterativo últimamente sobre los tiempos que han entrado en cierne en estos días. Ahora comienza el camino de la unión en la diversidad y de la responsabilidad personal ante Dios. Comienza a decaer lo discriminatorio y la incomprensible división bajo tanta bandera y doctrina… lo oscuro de lo pequeño está pasando… lo claro de lo grande está llegando.
Para compenetrarse correctamente con estas respuestas, la persona debe hacer tres preguntas: ¿Qué me dice?, ¿Qué debo comprender?, ¿Qué debo hacer?
Una vez que se ha obtenido, mediante cualquier método de recogimiento y quietud, el número con el texto correspondiente, enfocaremos la lectura bajo estas tres cuestiones básicas. Tengamos en consideración que todas las respuestas tienen un valor interior, espiritual y están dirigidas a Seres que definitivamente han encaminado su existencia por la senda de la virtud espiritual, es decir, no contienen fórmulas para «llegar a la escala», sino que son situaciones para los que «ya están en sus gradas».
Si una persona toma esta escala como un instrumento de acercamiento a la verdad sabia de Dios y vive en coherencia con estas enseñanzas, sentirá la viva presencia del Maestro Jesshu Li y de los guías de Sabiduría. Entrando a los escalones superiores, del 80 hasta el 111, vivenciará la necesidad de aferrar la Nueva Ley de la Resurrección, y la vida del adepto dará un giro absoluto en el sentido del Cielo.
Todos los instrumentos como este deben ser acompañados con la coherencia y la congruencia cotidiana, con la vivencia espiritual sin dudas ni limitaciones, bajo la debida meditación, recogimiento y oración, con un sistema disciplinado, constante y perseverante.
Nunca se debe olvidar que estas armas de nada sirven si no se hacen vivas y vívidas en el andar de toda la existencia. No es un trabajo teórico o filosófico, es vivencia y vida, es comprensión espiritual.
Para finalizar: el Maestro Jesshu Li ha sido muy reiterativo últimamente sobre los tiempos que han entrado en cierne en estos días. Ahora comienza el camino de la unión en la diversidad y de la responsabilidad personal ante Dios. Comienza a decaer lo discriminatorio y la incomprensible división bajo tanta bandera y doctrina… lo oscuro de lo pequeño está pasando… lo claro de lo grande está llegando.
Noviembre de 1996 (Bahía Inglesa – Caldera)
Extracto de algunos párrafos del Libro «111 Escalones hacia el Cielo»
Extracto de algunos párrafos del Libro «111 Escalones hacia el Cielo»