Con respecto al Feng-shui
Sobre la antigua enseñanza
«La naturaleza no piensa».
«¿De qué sirve a la naturaleza pensar y preocuparse? En la naturaleza todo retorna a su origen natural y se distribuye entre los diversos senderos. Mediante un solo influjo se realiza el fruto de cien pensamientos. ¿De qué sirve a la naturaleza pensar y preocuparse?» (Kung tse) (signo 31 del I Ching).
Debo confesar que fui renuente a incluir este tema en un Tratado sobre el I Ching, hasta que la insistencia de varios alumnos, y el interés de no pocas personas en torno a esto, me llevaron a colocar el asunto ante el Oráculo. Y fui directo: «Pido respetuosamente a los Maestros del Jade de las Alturas que me respondan por medio de este Sagrado Oráculo: ¿cómo ven… califican… bajo qué imagen… el Feng shui, en general, y en particular aquello que hoy se enseña y practica?»
La respuesta no pudo ser más precisa y hermosa, pero inquietante en su particularidad: signo 50 – La Marmita – Recomiendo una lectura acabada de dicho signo, teniendo en consideración la pregunta y sobre todo de quien proviene la palabra.
La Marmita representa un objeto sagrado, con patas de oro e incrustaciones de jade, cuyo uso ceremonial estaba destinado a las ofrendas dirigidas a los antepasados y a los dioses. En un utensilio, es decir, una Forma. El Contenido debía ser, para que el sacrificio fuese completo, de «grasa de faisán», o sea, de comidas altamente sofisticadas y frescas. La imagen de una forma armoniosa, graciosa, para fines ceremoniales, refleja que la belleza externa debía manifestar un estado interior, el Contenido, y éste, a su vez, debía estar en concordancia con lo pulcro de la marmita. Llevado al tema: no puede ser más hermosa la visión que los Maestros nos entregan del Feng-shui. Es y debe ser una manifestación desarmonía y gracia externa, reflejo de un estado interior en concordancia con el Cielo. Es, por decirlo con el signo, un utensilio sagrado que debe permanecer y mantenerse pulcro, no degradando su calidad de instrumento divino. Es un modo donde lo externo muestra la esencia creadora del Soberano Celeste.
La respuesta incluye una línea particular: la primera, que expresa la imagen de un caldero con las patas tumbadas para eliminar lo estancado, la acción de limpiar la marmita de grumos añejos que se han pegado a su fondo. La necesidad de purificar el instrumento nace del principio que no permite mezclar comida sana y fina en una olla sucia y corroída.
Es un consejo permanente de la Sabiduría aquel que nos insta ir siempre, y de todas maneras, a la raíz, la fuente, de una enseñanza. Esto quiere decir que nunca debemos comenzar algo sagrado o trascendental por una rama del árbol, sino que conociendo su esencia primaria. Podemos elegir desarrollar tal o cual vertiente, pero para que la opción tenga asidero debe existir un conocimiento cabal del conjunto y derivados de esa totalidad. Los grumos ajenos que se pegan al fondo de la olla son aquellos que se mezclan, cuan cuerpos extraños, a un complejo que debe permanecer armonioso y siempre en pos de los objetivos para lo cual está destinado. Es obvio que en el transcurso del tiempo, desde su primer gran uso, el traslado de la capital del reino bajo la dinastía Chang, hace ya 3500 años, mucha «comida echada a perder» yace mezclada con la primera enseñanza. Y no debemos olvidar la historia, porque si consideráramos que una revelación, o manifestación de lo divino, o buena enseñanza, está ajena a los avatares de la historia del Hombre… y la colocáramos al margen de la lucha entre el Bien y el Mal… estaríamos creando una quimera. Y la Sabiduría no es ideal ni idealista, tampoco una ensoñación por encima de la realidad, sino que una forma divina de ver y cambiar la realidad.
Las dinastías de la China antigua pusieron especial atención a los rituales misteriosos y alquímicos que los sacerdotes y magos escrutaban y desarrollaban secretamente. La Sala de Sabios fue una instancia apreciada por los reyes casi siempre para servirse de éstos, y no precisamente para convertirse ellos en santos. A excepción de los primeros cuatro siglos bajo la dinastía Chou, que duró siete siglos, la mayoría de los regentes, salvo contadas excepciones, de antes y después, nunca tuvo en verdad un respeto profundo por lo divino y el sacerdocio, sino que fue una relación de conveniencia a objeto de ejercitar el poder y, en todo caso, predominar sobre los enemigos. En este sentido debemos tener claridad y nunca perder de vista un hecho irrefutable: la enseñanza de Sabios y Sacerdotes escasamente fue un estamento sagrado intocable, entre otras razones de peso, por la permanente lucha subterránea entre los tenebrosos fang shi -los hechiceros- que pululaban fuera de los palacios reales, y los Sabios del Jade, los cuales gozaban de la confianza de las familias reales, y poseían las llaves y control de los archivos. Las cofradías de los fang shi contaron con el apoyo de poderosos clanes feudales, y sirvieron activamente a los Señores de la Guerra, quienes hundieron a China en un cruento caos, y más tarde dominaron, emplazando a los hechiceros al interior de los palacios, en puestos de consejeros.
Siempre me ha llamado poderosamente la atención el hecho que la mayoría de los estudiosos parecen ignorar la historia, en su contexto real, relegando estas «luchas ocultas» a la calificación peyorativa de meros episodios políticos en el contexto de intereses de poder, sin ningún otro significado. Para la Sinología, una vertiente de estudio que no es solamente historiográfica, cada aspecto va analizado en su propio terreno, y el religioso, y también el místico, o cosmogónico, debe ser enmarcado en un riguroso método que tenga en consideración las formas de ver y analizar el tema tal y como fueron tratados por sus intérpretes.
Lo que más tarde se llamará Feng shui, en sus inicios no era una fórmula separada de las prácticas ligadas a lo que hoy conocemos como el I Ching. El sistema de medida de energías era un conocimiento secreto de los Sacerdotes, consejeros sabios del rey. Su desarrollo es el resultado natural de las enseñanzas que heredaron estos ilustres hombres de manos de los sucesores del legendario Fu shi. No existía el I Ching, tal y cual hoy lo podemos leer y escrutar, y no existía el Feng shui, bajo esa denominación… existía una enseñanza profunda, única, bien estructurada, archivada y en constante evolución y con permanentes descubrimientos de aplicación. Este orden se quiebra con la estrepitosa caída de la dinastía Chou, la predominancia de los 10 Estados Combatientes y la tiránica aparición de la alianza Han – Hing (220 – 270 a.C.). En efecto, el primer acto del ministro plenipotenciario nominado para establecer el orden fue quemar todo los escritos «no – Canónicos» y de paso perseguir, matar y encerrar a los Sacerdotes y Sabios que habían servido de consejeros a los gobiernos anteriores. Con este macabro acontecimientos se inauguran los siglos de influencia de los tenebrosos fang-shi.
Quienes seguimos, cuan práctica de vida, las enseñanzas contenidas en el I Ching, no podemos permanecer inertes o neutrales antes los hechos: los hechiceros son enemigos de la maestría de Sabiduría; y las fuerzas invisibles, que estos personajes hacen propia, y de la cual dependen, se hallan en el territorio de la demonología. Y son éstos quienes tuvieron gran influencia en las escuelas y practicas alquimistas del taoísmo, durante los dos siglos finales de la Era pasada y los tres siglos iniciales de la Era actual.
Estos nefastos seres tergiversaron el sistema original de Fu shi y Wu-wan y alzaron una fórmula basada en tetragramas (no en hexagramas) y establecieron como centro de energía el umbral entre la vida y la muerte, representado por el número 5, a objeto de controlar los estados de agonía y lograr así el poder y el dominio sobre sus enemigos, a través de la posesión de sus almas.
La nominación: «taoístas»… en verdad no quiere decir mucho, pues el «taoísmo» es un conjunto variado de religión oficial y formal; escuela alquimista; corriente de pensamiento filosófico; cofradía secreta; vertiente mística; practicas animistas; costumbres chamanes; mezclas de fórmulas y rituales budistas; y religiosidad popular panteísta… que no necesariamente entregan la uniformidad que los occidentales le dan. Siempre será necesario agregar, en el «taoísmo», la especificación de su origen, de su escuela, o doctrina particular que profesa. De igual modo, asociar mecánicamente «taoísmo» al texto «Tao te king» y a su autor, Lao tse, es otra tergiversación. Así como las bases del I Ching se hallan en todo desarrollo de otras artes y ciencias chinas, el «Tao te king» está a la raíz de muchas corrientes taoístas y no-taoístas. En no pocas sectas taoístas el «Tao te king» es incluso menos considerado que otros cánones.
Solamente en el año 1250 de Nuestra Era, la estructura de «10 Alas» de los viejos archivos de la Sabiduría fue recompuesta. Se estableció que la mitad de estas enseñanzas ya estaban obsoletas, y en gran medida contaminadas por la acción pertinaz y feroz de los hechiceros. Se consideró que los restantes Cinco Escolios correspondían fielmente a las enseñanzas originales y mantenía su pureza. De estos Cinco Escolios se traduce el I Ching que hoy conocemos. Y como base de estas enseñanzas recompuestas, sacerdotes taoístas de varias escuelas desarrollaron el Feng shui puro, limpiándolo de influencias oscuras. Sin embargo, tanto en el I Ching como en el Feng shui, con el tiempo, se han producido distorsiones como consecuencia de «estudios» y «agregados» introducidos por intelectuales que no han trepidado en infiltrar, nuevamente, aspectos que habían sido extirpados, o son efecto de especulaciones ajenas a las enseñanzas de Sabiduría: como, por ejemplo, la geomancia.
Jamás el Feng shui ha sido un instrumento adivinatorio. La azarosa adivinación es contraria a la práctica de Sabiduría. El Oráculo, el I Ching, no es gitanería ni juego de la suerte, sino un instrumento preciso y precioso de comunicación con los dioses y con el Creador. No existe la «mancia de la tierra». Existen energías y Cinco estados de Mutaciones energéticas, y éstas no son «intuitivas» sino que matemáticamente calculables, reales, comprobadas y posibles de conocer para lograr una plena armonía.
El I Ching y el Feng shui son herramientas hermanas íntimamente ligadas y en plena armonía de aplicación. Mientras el I Ching aporta con el Contenido – el alimento- el Feng shui aporta con la belleza de la Forma – la marmita-
Sin duda que el Feng shui, en su aplicación práctica, es más un arte que una fórmula de ciencia, y no es un error afirmar que las enseñanzas contenidas en el I Ching se acercan y asemejan más a una ciencia en su rigurosidad y metodología.
Los desarrollos que se han verificado en la práctica del Feng shui, respetando los orígenes y la base de sustentación que lo caracterizan, son aceptables, viables y aplicables. Las especulaciones que han nacido de interpretaciones antojadizas, sin respeto ni conocimiento de las fundamentas más puras de esta raíz, son otra forma de vaciar y denigrar una enseñanza cuya meta fue declarada por los dioses a Fu shi: para ayudar y guiar a los Hombres con el objeto que sigan la Voluntad del Cielo y sean, ellos mismos, Hombres Superiores.
Hoy, se nos presenta el I Ching como un «juego adivinatorio», y el arte del Feng shui está siendo rebajado a una pobre practica de adorno, ornamentación y variadas supercherías, que en lugar de liberar al Hombre lo amarra a una serie de aparatos y fórmulas, que carecen de sentido al no poseer un Contenido arraigado en Uno Mismo. El principio que rige la armonía indica que es el Hombre quien debe adaptarse a las leyes de la naturaleza, y nunca forzar la naturaleza para que ésta se adapte a los pequeños ciclos del Hombre. Y debemos agregar, que lo mejor de la naturaleza el Hombre lo obtiene por armonía. De acuerdo con esto, los instrumentos representativos, prácticos, de cálculos y simbólicos no poseen vida propia, sino que constituyen un medio de transmisión entre la naturaleza y la naturaleza más íntima del Hombre. La lealtad a este fundamento conlleva a un orden en la enseñanza: primero el Ser debe despertar interiormente, y sólo después podrá hacer buen uso de los medios e instrumentos. Cuando este ordenamiento se rompe, nace la especulación y la superstición.
Conocer Efectos, es decir, saber, por ejemplo, como actúan las energías y como deben armonizarse, no quiere decir conocer Causas: por qué y para qué la Creación funciona como lo hace. La humildad nos debe colocar en el lugar justo, y jamás presumir lo que no somos, y menos ostentar maestrías que solamente el Cielo entrega. Y si ha de haber un desarrollo en la enseñanza, es menester que sea una evolución comprobable para cualquiera que conozca la raíz, porque si es una teoría que rompe el crecimiento natural de ésta, no es una rama propia, sino que un injerto extraño.
Esta premisa de respeto es la que debe prevalecer en todo estudiante, discípulo o practicante de las antiguas enseñanzas: saber y conocer, averiguar y exigir que todo desarrollo o teoría se atenga a la raíz y sea verificable con la esencia establecida por los Maestros originales. Pero para no caer en entuertas discusiones y trampas intelectuales, acudamos al Oráculo, con respeto y en recogimiento, y preguntemos a los Maestros de Sabiduría como califican tal o cual teoría o ponencia, o si la enseñanza de tal o cual profesor o experto, es correcta, o no lo es.
Por mi parte, creo que el Feng shui más real, completo y verdadero, es aquel que nace desde el interior y se armoniza con el exterior: una belleza manifiesta que es demostración de un estado ligado al Espíritu. Un Feng shui externo sin un Contenido en el Hombre, sin una vivencia real y coherente en Si – Mismo, en armonía con la naturaleza, no es más que Forma sin Contenido.
Sé que afirmaciones como las aquí expresadas causarán discordia en muchas personas que leen estas líneas: ninguna enseñanza verdadera, con una base divina y sabia, puede ser aplicada, elaborada o desarrollada por quienes no tengan un Sello. Este Sello es espiritual, místico y sagrado. Por lo mismo, el I Ching es el único medio que puede «autorizar» o «vetar» a quién enseña. Y es deber de todo discípulo leal y respetuoso someterse al Oráculo tres veces, antes de iniciar una labor ligada a las antiguas enseñanzas, cualquiera ésta sea. Y es resorte de los Maestros de Sabiduría, a través de las prácticas místicas y espirituales, conceder el Sello que es propio de la maestría.
El juego mental y soberbio de quienes creen que basta conocer el abc de una teoría novedosa para ganar dinero e incrementar sus arcas, es una ruleta rusa que no dará eternidad a sus autores, quizás una efímera fama mundana; pero bien sabe el buen adepto de la Sabiduría que no hace bien, ni está en lo correcto, si se mezclara en envidias, competencias, diatribas y teorías inútiles. Como también no debe olvidar que el alma de todas estas prácticas subyace en la discreción, la mesura, la fluidez sin intencionalidad ni exceso de deseos. Por esto, las pseudo-guerras entre «escuelas» opuestas y «maestrías» varias que reclaman la verdad absoluta para sus teorías, no es más que un juego oscuro que ensucia lo hermoso y armonioso de esta enseñanza milenaria. Desde sus inicios los Maestros buscaron, hallaron y enseñaron la Paz como eslabón sagrado entre el Hombre y el Creador. El estado de Paz lo crea La Armonía… y La Armonía fomenta la Paz… Precisamente esa es la sustentación moral y primordial de la antigua enseñanza.
Además de conocer la raíz del Magisterio Original, todo adepto debe vivir en concordancia plena con las 8 Virtudes: el Amor; la Humildad; la Solidaridad; la Verdad; la Misericordia; la Inocencia; la Justicia; la Rectitud. Esta última, además, conlleva al óctuple camino de Sabiduría: rectos Pensamientos; rectas Palabras; rectos Principios y Valores; recta Coherencia y Congruencia; recta Contemplación, recta Disciplina y Perseverancia; recta Oración, recta Meditación.
La división entre el I Ching y el Feng Shui, como cuerpos que pueden flotar independientes y hasta en contradicción, corresponde a una visión moderna siempre más difundida en occidente. Debemos precisar en nuestras mentes la idea correcta sobre una enseñanza única, de la cual se extrajeron las fórmulas del I Ching, y es la plataforma del Feng Shui, y de otras disciplinas en arte y ciencia. Esto nos llama a un orden que coloca un pilar en las leyes que crean esta sabia nomenclatura, otro pilar en las fórmulas extraídas de dichas leyes, y otro que sustenta los desarrollos particulares de cada disciplina: I Ching, Feng-shui, Qi-gong, Tai-chi, etc. Y sobre esto es necesario aclarar un punto vital: el I Ching que conocemos como Oráculo, y al cual accedemos a través del Libro con el mismo nombre, es también un resultado, un efecto, no es raíz causal. El génesis de toda la enseñanza reside en las leyes fundamentales, de la cual nacen principios, fórmulas, métodos y misterios. Ahora, es natural que estos temas resulten algo complicados y difíciles incluso para un chino contemporáneo, y es justo buscar los modos de «aterrizar» este sustento mediante un magisterio más cercano al Hombre de hoy. En tal sentido, el estudio básico del I Ching, y de al menos cuatro de las leyes fundamentales, son prioritarias para crear un buen asidero, también en el Feng – shui: 1) Ley del Gran Fundamento (Yin-Yang); 2) Ley de los Cielos (micro y macrocosmos); 3) Ley de la Mutación; 4) Ley de los Números. Esta última resulta prioritaria para comprender y aplicar correctamente, y sin elucubraciones, la serie de cálculos y lógica matemática que se expresa mediante los números. En la «Ley de los Números» estamos cerciorándonos que desde la aritmética simple hasta la matemática binaria, y el valor de la numerología china, todo se halla sometido a un orden bien establecido y en ningún caso azaroso.
Un particular que une las diversas artes y ciencias nacidas de estas leyes, son los 8 estados de polaridad, llamados en el I Ching: Trigramas. Y cometemos un error al concebir esta figura como una combinación para acceder a los 64 signos del Oráculo, y nada más. En verdad son estados de cambios que contienen la semilla del universo, de la naturaleza y del Hombre.
Es aconsejable que todo alumno, discípulo y/o adepto de estas enseñanzas practique la meditación de la flor de oro, es decir, la práctica espiritual que integra los ocho Trigramas al Ser. Esto es fundamental: siempre se avanza realmente cuando la enseñanza vive en el Ser. Todo conocimiento que permanece en la mente artificial sin tocar la esencia – o mente natural- corre el riesgo de convertirse en algo pasajero, unilateral, subjetivo y egotista.
El discípulo de la Sabiduría debe vivenciar el Qí (Kí o Chí), y en algún momento de su senda deberá entrar en el Supremo Discernimiento de las Tres Manifestaciones del Tao. De esto no se debe hablar, y menos teorizar. O se vive o no se vive.
Sobre estas bases, todo desarrollo revelador no puede ser sino maravilloso, útil y para fines sabios.
Así como es urgente ser más profundos en la visión que tenemos sobre aspectos como los antes mencionados, también debemos detenernos y no pasar a la ligera por encima de otros temas, como los «Cinco Elementos», que en verdad son los cinco estados del génesis creativo. Agrego esto por la sencilla razón que es de uso común hablar de estos «cinco elementos» como sustancias superficiales representativas, sin un contenido real más allá de lo que cada uno entiende, algo así como un espejo para desarrollar la intuición personal.
This entry was posted on viernes, enero 13th, 2012 at 1:19 pm