La Montaña

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Un hito vital ocupa, en la misteriosa forma en como la divinidad ha mostrado su camino, la cadena de cerros cordilleranos que se ubican al noreste del centro de Chile, en el valle de Putaendo.  En efecto, en dicho lugar han sido hallado petroglifos pre-incaicos que nos cuentan una «historia oculta» que se ha desplegado ante nuestra conciencia causando no poca suscitación en la tradicional concepción histórica de la realidad que creímos conocer.

Quizás acostumbrados a hallazgos arqueológicos de gran envergadura, este conjunto de piedras con dibujos y símbolos casi infantiles no signifiquen mucho para el común de las personas, sin embargo, tanto en el estudio de los orígenes de estos testimonios, como en su comparación con otros similares en lugares tan apartados como China y África, y con majaderas semejanzas con los escritos rúnicos del norte de Europa, vamos ahondando en una cadena ancestral que desde estas señales borrosas y muchas veces depreciadas nos están gritando desde el polvo y el granito que una vez la humanidad fue una orgánica unida, con un lenguaje común, y seguramente cohabitantes de un continente que aún no se separaba: en la era pre-diluviana.

En un país tan descuidado con sus raíces, ligero y hasta irresponsable con su pasado ancestral, es fácil entender porque las huellas de nuestros antepasados han sido borradas por el barreno, la explotación foránea de nuestro suelo y la indiferencia de nuestras autoridades «culturales» y patrimoniales. Pues así también ha sucedido con este retazo de vieja historia: y parte de lo que aquí mostramos ya no existe, gracias al barrido que el hombre hace en busca de los escasos minerales que otrora fueron abundantes en esta zona.

Cada encuentro con estos petroglifos fueron motivo de una larga y respetuosa ceremonia, de días de meditación, y consultas al Oráculo del I Ching. Con tales vivencias, imágenes y respuestas del Libro de Sabiduría realizamos una investigación del lugar, de acuerdo a los textos que se encuentran en la Biblioteca Nacional, y a los archivos en el Museo Colonial y datos en la biblioteca Mulato Gil, en Santiago. El resultado fue realmente sorprendente. Es cierto, no posee «asidero científico» pues no cuenta con una metodología universitaria que avale aquello que para nosotros es certeza viva, pero al plantear nuestra «tesis» a algunos estudiosos, no han mostrado sorpresa, y todos se han mostrado abiertos a la posibilidad de la historia por nosotros recopilada.

Pero aquello que más nos interesa son dos aspectos: el primero, que en este lugar hallamos símbolos idénticos a los primeros escritos en hueso de la China Antigua… y cuando decimos «idénticos» estamos afirmando que son exactamente los mismos hasta en sus detalles. Segundo, que en este lugar suceden manifestaciones muy conocidos por la gente de la zona, y que pudimos comprobar en una larga estadía de diez semanas de  exploración del lugar. Algunos los llaman Ovnis, pero lo que nosotros vivenciamos no se podría encerrar en simples aparatos que se mueven en el cielo. Otro  fenómeno evidente lo constituye la presencia física, visible y por muchos vivenciadas de JesúsCristo. Y quizás esto último resulta ser lo más sorprendente y trascendental.

Obviamente, también nosotros en su día nos pusimos en la encrucijada: ¿qué relación hay entre estos petroglifos, los chinos antiguos, los eventos cósmicos evidentes…y la Presencia de JesúsCristo? ¿Qué tiene que hacer JesúsCristo en este contexto, que , además, se va aclarando por medio de las respuesta del I Ching?. Y las respuestas nos han ido llegando a través de los años; así concluimos,  al igual que Pablo el apóstol, que: Dios provoca el saber de los hombres, y tiene modos extraños para el ilustrado de este mundo, y elige siempre lo que está lejos del poder y del conocimiento de los poderosos de este mundo.

Iremos desenvolviendo este tema poco a poco, y  algo de esta experiencia  fundamental está escrita en el libro «El Andariego», y en esta página iremos mostrando párrafos de este libro testimonial, en modo de compartir esta revelación tangible que revoluciona nuestra idea de Dios, y del Plan del Reino Celeste.

Una de las fotos muestra el algarrobo que nos cobijó para instalar nuestro campamento base: al llegar estaba casi seco, y su espinos ariscos no nos dejaban pasar. Al culminar nuestra primera estadía (Diciembre 1991-Marzo 1992) el generoso árbol lucía como se ve en la imagen, y sigue siendo nuestra casa cada año, al retirarnos a este lugar.